Un clúster es algo así como una tumoración económica positiva. Es, en su definición porteriana (de Michael
Porter, el padre del concepto), una “concentración geogràfica de empresas y
agentes relacionados que compiten en el mismo sector de operaciones”. Es un
conglomerado de organismos que se complementan y compiten a la vez, en un delicado
equilibrio entre las partes que genera una deseable dinámica de crecimiento
económico. Los clústeres innovadores más famosos son, en el fondo, riquísimos
ecosistemas económicos comparables a la selva tropical, en su símil biológico:
ecosistemas fértiles, expansivos, exhuberantes y con elevada biodiversidad.
Generar un
ecosistema innovador es, como mínimo, tarea de una generación. Silicon Valley,
el clúster innovador más famoso del mundo, se ha desarrollado a lo largo de más
de 70 años. Y, en su formación intervienen una serie de acontecimientos inesperados,
puramente casuales, además de la existencia de unas condiciones de contorno
estables en el tiempo.
Hoy, entornos
como el Valley se sustentan en inmensas redes de conexiones sociales, que se
dan en la corta distancia. Las interacciones entre los agentes y la generación
de confianza crecen exponencialmente con la proximidad personal. Es
ineficiente, por otro lado, intentar transferir conocimiento complejo en la
larga distancia: el conocimiento tácito, no explícito, precisa de interacción
personal. Por ello, es ineficiente separar centros de I+D de plantas de
manufacturing. Los ecosistemas de innovación se dan en áreas de proximidad regional, con distancias máximas de un día de coche entre los puntos más alejados.
Y, sobre estas
redes de confianza personal, y alrededor de centros de conocimiento como
Stanford o Berkeley, se ha ido construyendo la totalidad del ecosistema:
pequeñas start-up’s surgidas en los años 40 y 50 como fabricantes de equipos
electrónicos han crecido y se han convertido en gigantes multinacionales (como
Hewlett-Packard). Estas empresas han desarrollado a su alrededor un parque de
proveedores especializados. Aparecen nuevas empresas de ingeniería, de simulación,
de test, de certificaciones de calidad que dan servicio a los líderes y a sus
proveedores y así, progresivamente, se van formando las cadenas de valor de la industria. En un
lento proceso realimentado, aparecen proveedores hiperespecializados como los
necesarios servicios jurídicos de propiedad intelectual, y mercados financieros
de apoyo en business angels y capital riesgo. El bosque tropical
comienza a emerger, en un terreno culturalmente fértil, repleto de nutrientes
emprendedores, y bajo una permanente lluvia de recursos públicos de apoyo a los
proyectos de mayor riesgo tecnológico. Hoy (2012), el presupuesto de la NASA es de 17.770
millones de dólares, que se destinan en programas de compra pública
discrecionales para empresas norteamericanas. Esta cifra es algo así como el doble del total
de I+D que se ejecuta en España cada año (sólo en programas de compra pública). El bosque tropical precisa de lluvia
permanente para seguir floreciendo y generando riqueza con efecto
multiplicador. Las capacidades desarrolladas bajo los formidables paquetes de
compra pública, posteriormente son utilizadas para desarrollar líneas de producto
comercial civiles. Con la materia prima del conocimiento de frontera, la cultura emprendedora y el formidable driver innovador de la administración de USA y su espíritu de liderazgo, se construye un auténtico rainforest como el de Silicon Valley.
En España, el
incipiente ecosistema innovador, más parecido a un seco bosque mediterráneo que
a la selva tropical va a morir. Cuando una planta deja de regarse durante un
tiempo crítico, muere irreversiblemente. Es inútil recuperar el riego al cabo
de unos años, la planta está muerta. Los delicados ecosistemas locales sucumbirán si no se mantienen sus constantes vitales. Si las políticas
de austeridad son un factor higiénico, necesario, pero insuficiente para lograr
ventajas competitivas sostenibles, el mantenimiento de los ecosistemas de
innovación es absolutamente estratégico para la competitividad del país. Si la
situación no se corrige, perderemos dos décadas de trabajo acumulativo para
volver a regenerarlos. Intentar, después, convertir un desierto en un vergel va a resultar imposible.