¿Se puede ser científico y ser emprendedor? Sin duda alguna. Las
características de un buen científico (curiosidad, creatividad, rigor
metodológico, disciplina y tenacidad) son exactamente las mismas que definen un
buen perfil emprendedor. De hecho, un emprendedor no es sólo aquél que crea una
empresa. Un emprendedor es aquél que idea proyectos y se vincula emocionalmente
a los mismos, sea desde una nueva iniciativa empresarial, en la universidad, en
la administración, en una gran empresa o en una ONG. Un emprendedor es alguien
dotado de inquietud, creatividad, iniciativa y orientación a la acción. Alguien
con voluntad transformadora, que desafía el status-quo para dar lugar a nuevas
realidades institucionales, empresariales o sociales. Alguien más interesado en
el cambio que en la monótona gestión del día a día. Y estos parámetros definen
por igual a gran número de líderes científicos y empresariales. De hecho, el desarrollo del
sistema de ciencia y tecnología en Catalunya se debe, en gran parte, a excelentes
científicos que a su vez han sido grandes emprendedores, sin crear
necesariamente una empresa. Líderes científicos que, una vez titulares de
cátedras universitarias, podrían haberse mantenido en posiciones estables y
tranquilas. Pero han preferido salir de su zona de confort, imaginar proyectos
retadores, e impulsar desde cero centros de investigación que se han convertido
en referentes globales. Para ello, han sido capaces de remover cielo y tierra,
obtener recursos locales, ministeriales y europeos, y atraer talento internacional.
Las grandes instalaciones científicas de Catalunya, como el Barcelona
Supercomputing Centre o el Sincrotrón Alba, y buena parte de los centros de
investigación de frontera surgen desde abajo, a partir de un sueño emprendedor,
por el impulso de científicos dotados de visión de futuro y liderazgo
transformador.
Por otro lado, buena parte de la metodología de investigadores y
emprendedores es compartida. Desarrollar un plan de empresa es un proceso que
debe realizarse bajo el método científico. No es arte: es ciencia. Exactamente
igual que un proceso doctoral, la realización de un business plan parte del postulado de una serie de hipótesis, y de
su demostración empírica. Hipótesis sobre el diseño del producto o servicio,
sobre mercado potencial, sobre la formación de precios, sobre el comportamiento
de los competidores, y sobre las necesidades operativas o financieras.
Hipótesis que deben contrastarse y validarse con rigor científico, cuantitativa y cualitativamente, exactamente
igual que lo haría un estudiante de doctorado en cualquier otra disciplina
(física, química, tecnología de materiales o ingeniería). La metodología de la
buena ciencia y de la buena empresa no es tan distante como creemos.
Así pues, si las características emocionales y las metodologías son comunes
entre científicos y emprendedores, ¿por qué nos empeñamos en mantener dichas
capacidades separadas? ¿Por qué tenemos la imagen mental de que ambos grupos tienen ADNs
incompatibles? Quizá esto explique parte de nuestros pobres resultados en transferencia
tecnológica. ¿Por qué no facilitamos que los investigadores sean emprendedores,
y que los directivos de empresa hagan tesis doctorales en sus disciplinas? Quizá una solución para
acelerar el proceso de conversión de los avances científicos en realidades
económicas pase por formar a los colectivos científicos en creación y
crecimiento de empresas. Si partimos de la hipótesis de que existen tantos
potenciales emprendedores entre el colectivo científico como en cualquier otra muestra
poblacional, y asumimos que crear una empresa de éxito requiere rigor
metodológico, ¿por qué no ofrecemos a los científicos, al menos, algún barniz sistemático
de formación en management? Quizá lo
único que nos falte para disparar el evento emprendedor (en un colectivo que es
estratégico para el país) sea formarlos en técnicas de gestión como parte de su
proceso doctoral. Y, a la vez, facilitar académicamente que directivos de
empresas con inquietudes intelectuales puedan desarrollar tesis doctorales
(cosa tradicionalmente reservada al mundo académico). Quizá esta es la vía
definitiva para generar las deseadas y necesarias revolving doors entre universidad y empresa.
En los próximos años veremos avances significativos en ambas direcciones:
la extensión de la formación emprendedora entre el colectivo investigador, y la
creación de una base de directivos de empresa que se doctoren en sus
disciplinas. Tendremos que facilitar los mecanismos para que todo ello sea
posible. Un buen ejemplo, la iniciativa pionera del IRTA (Institut de Recerca
en Tecnologies Agroalimentàries): un Entrepreneurship Postdoctoral Programme
para que todos sus estudiantes de doctorado tengan formación complementaria en
economía y competitividad global, estrategia, márketing, técnicas de innovación avanzadas,
finanzas y habilidades directivas, con el fin de fomentar la creación de
empresas surgidas de ese centro de investigación, descubrir vocaciones
empresariales ocultas, y generar nuevas oportunidades económicas a partir de la
ciencia.
Artículo publicado en La Vanguardia, el 29/11/2015